Título: Cuatro setos
Autora: Clare Leighton
Traducción: Carlos Jiménez Arribas
Editorial: Debolsillo
Año de edición: 2019
Sinopsis: Clare Leighton fue una de las grabadoras más elegantes del siglo XX. En 1930, cuando se instaló en el campo con su pareja, el periodista político Henry Noel Brailsford, volcó su creatividad en la tierra. La jardinería se convirtió en su pasión. En su obsesión.
Los textos de Leighton, claros, concisos, muy informativos sin perder la poesía ni la pasión de la tarea que describen, son una puerta bien abierta al conocimiento de cómo construir un jardín, cómo cuidarlo, planearlo, trabajar incansablemente en él, intentar desistir y, al fin, claudicar ante la belleza que nuestras manos obtienen con la ayuda de la naturaleza. Y esa paz incomparable que nos da el contacto con la tierra. Las ilustraciones, xilografías de aspecto primitivo, no solo acompañan el texto, sino que lo realzan y subrayan.
reseña
¿Estáis cansados del ritmo desenfrenado de la ciudad? Deseáis encontrar momentos para desconectar del estresante día a día? ¡"Cuatro setos" es la lectura ideal! Solo tenéis que buscar un rincón donde reine mínimamente la paz (a ser posible un balcón y/o terraza donde podáis escuchar gorjear los pájaros) y dejaros transportar al fascinante jardín de Clare Leighton y Henry Noel Brailsford.
Si dudáis porque no estáis muy familiarizados con la botánica, dejadme que os diga que la mayoría de los nombres de las plantas me sonaban a nombres de hechizos, pero gracias a las preciosas descripciones y los grabados intrincados de Leighton no es nada difícil imaginar la explosión de formas y colores. El libro, escrito como un diario, comienza en el mes de abril y termina en marzo del año siguiente después de dar una vuelta por todas las estaciones.
Pero aún os diré más... si bien el jardín es el protagonista indiscutible de "Cuatro setos", la mirada observadora de la autora y su peculiar filosofía es lo que da vida al libro. Leighton era una admiradora de la belleza de la naturaleza y discrepaba del esnobismo inglés que incluso reina en el mundo de la horticultura y la botánica.
p.37 «Me viene a la memoria ahora un certamen de floristería cuando era niña. Mis hermanos se rieron de mí cuando presenté un ramo de malvaviscos rosas, porque me gustaba la forma que tenían. El mayor de mis hermanos, siempre tan espléndido, había cogido las mejores rosas del jardín, y hasta cortó sin permiso algunas azucenas que mi padre guardaba como oro en paño en el invernadero. Y comparado con el ramo tan maravilloso que hizo, parecía que mis pobres malvaviscos casi pedían perdón por existir. Pero yo no cejé en el empeño, convencida de que mis flores tenían una forma muy bonita; porque a los siete años, una todavía no es clasista, ni siquiera con las flores. Pero la gente sí lo es, y eso no me cabe en la cabeza.»
Para ella todas las criaturas y plantas eran igual de increíbles (incluidas las malas hierbas) y su pasión por el ciclo de la vida es contagiosa.
p. 23 «Con la llegada del alba, el piar de los pájaros es tan puntual que me pregunto si no seguirá un ritmo preestablecido. Aunque, igual que ha empezado, puede cesar de repente, y no quedará entonces ningún canto rezagado, ni habrá ave que rompa por sí sola el silencio cristalino. Me levanto de la cama y voy hasta la ventana, buscando este coro tan armonizado, pero ningún cantor está a la vista. Eso sí, obtengo como premio una visión entre los árboles frutales: el blanco resplandor de los narcisos, a medio florecer, y entonces sé que hacemos mal en mirar a la cosas a una sola luz; que es un desperdicio no contemplar a los narcisos cuando se abren al gris resplandor del alba, cuando ostentan una belleza y una ternura que no tienen a plena luz del día.»
También es contagiosa su ironía, cuando de vez en cuando resume los prejuicios y la hipocresía de la sociedad inglesa a través de sus jardines. Pero por encima de todo, es un libro entrañable, lleno de cavilaciones sobre la magia de la naturaleza.
p. 27 «Pero ¿a qué viene tanto remilgo con los pepinos? Quizá sea que, a ojos de Darville, somos de clase alta, y todo porque tenemos un invernadero para los pepinos y, como tal, podemos darle trabajo a él. Desde hace ya mucho tiempo, es indicio de buena posición social, pues ya aparece como tal en la novelas de Trollope. El tomate como de señal de nobleza ocupa un segundo lugar detrás del pepino, a corta distancia. O sea que, quién sabe si no habrá que poner un segundo invernadero para los tomates.»
p. 101 «Alguien me dijo el otro día que, cuando uno todavía es joven, no consiente que ningún jardín lo domine, y puede que tenga razón. A lo mejor, por eso están la mitad de las huertas de pueblo incultas, tal y como nos contó el herrero: porque los jóvenes no quieren que sea la tierra la que les tase el tiempo libre, pues saben que esa amante no da tregua.»
p. 123 «El ocaso se desvanece en pura noche, y nos quedamos mirando las estrellas. Tienen ahora un brillo que no tenían en verano: es como si el aire fino y frío de las noches de otoño hiciera que resplandecieran los astros. Ahora, cuando miramos hacia arriba, se alojan en las ramas más altas de los árboles, cual plateado fruto, y atraviesan, como cohetes, el cielo.»
p. 140 «No me extraña que le dediquemos tanto tiempo a los catálogos de árboles frutales, porque traen descripciones estupendas. Es ahí donde nos enteramos de que hay un manzano que “da su fruto con remilgo”. […]
Parece que comer manzanas es una cosa muy seria, y nos preguntamos si nos lo habremos tomado demasiado a la ligera hasta ahora. Las historias de la vida de la fruta quedan expuestas en estas páginas, y solo se diferencian de un listado de familias importantes en la menor discreción a la hora de sacar del armario el esqueleto de los tatarabuelos. Leemos, así, que la Allen Everlasting es “muy mala gente”, y, para desazón nuestra, nos enteramos de que atributo tan condenatorio se debe solo a que no madura en años fríos.» ^.^
El libro no tiene muchos personajes, pero poca falta le hace, porque como bien decía antes el verdadero protagonista es el jardín. La narración de Leighton lo humaniza tantísimo que casi lo podemos ver arrugando la frente cuando se le descuida, o sonriendo cuando los pájaros hacen nidos en sus árboles.
Tal y como dice la nota final, este es un libro inclasificable y estoy orgullosa de haber salido de mi zona de confort de lectura para descubrirlo. No me habría imaginado que un libro de jardinería podría ser tan entrañable, simpático, crítico y evocador... ¡Palabra de Mixa!
Mx
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